Semana Santa para niños

La gran aventura de Dios

(Recordamos a los adultos que llamamos
el GRAN LIBRO a la SANTA BIBLIA)

Adán y Eva

Hace mucho pero mucho tiempo, Papá Dios que es re grande y requete, requete bueno, creó todas las cosas. Las hizo perfectas y hermosas. Hizo también al primer hombre, que se llamó Adán y a la primera mujer, que se llamó Eva, quienes junto a todas las cosas bellas que había creado, vivían felices en el Paraíso como buenos hijos de Dios. Pero…
¿qué pasó?

El diablo, que no quiere vernos contentos ni a nosotros ni a Dios, se metió en la serpiente, que era uno de los animales que vivían en el inmenso Jardín que es el Cielo; y le dijo a Adán y a Eva si no querían ser más de lo que eran. Ser Superpoderosos como Papá Dios. Pero para eso debían desobedecerle, haciendo cosas que Dios no quería porque eran malas. Y así, así.desconfiaron del amor del pobre Papá Dios, dudaron que lo que Dios decía era lo verdadero y bueno.

Se dejaron ganar por la soberbia y pecaron. Hicieron cosas malas, prohibidas por Dios.
Cuando las hicieron, se avergonzaron. Y cuando oyeron la Voz de Dios que paseando por el Paraíso los llamaba, se escondieron.

Papá Dios que todo sabe y ve, enseguida los encontró y les preguntó:- «¿Por qué se esconden ahora y antes no?». Ellos contestaron que habían desobedecido y que se escondían porque habían hecho lo que El les había prohibido, habían violado la ley que Dios con mucho amor les había dado y enseñado. Dios, como buen Papá, se entristeció y al verlos, los encontró distintos, sus corazones estaban manchados, habían perdido la alegría y la Luz del Señor.

Entonces nuestro Papá del Cielo, para que pudieran aprender, cambiar y volver a encontrar la felicidad sabiendo que lo mejor es obedecerle, los retó y les dijo que no podían quedarse más en Su Casa. Que tenían que aprender a luchar, para buscar la felicidad que a Su lado habían perdido al hacer lo malo. Los echó entonces a este mundo para que aprendieran que solo con El se es siempre pero siempre feliz. Nunca llorás, siempre jugás, cantás y encontrás la paz, porque Dios te da todo, todo por amor.

María, Reina del Cielo

Pero Dios no quiso que los hombres se sintieran tristes y abandonados, y desde ese momento les prometió enviarles un Salvador; Alguien que les enseñara a vivir como buenos hijos de Dios y que los condujera por el camino de la libertad hacia Su Casa de nuevo, que es el Cielo. Así empezó una historia de idas y de vueltas en el que Dios mandó a emisarios, los Profetas, hombres buenos que lo querían, para que enseñaran a todos cómo Dios siempre ayuda y cuida a sus hijos. Y para que prepararan la llegada del Mesías, el Hijo de Dios, que por amor iba a hacer la Súper Misión de Dios.

Así fue como llegó un tiempo, el tiempo de los tiempos…en el que una nena buenísima había nacido, se llamaba María. Ella solo quería hacer el bien y nunca poner triste a Dios. Siempre se reía porque en Su corazón abrazaba a Papá Dios. Como no hacía el mal, no pecaba, y Papá Dios re contento estaba.

Diosito miraba a María y sonreía, El tenía un plan muuuuy especial, que le quería contar, entonces mandó un ángel para proponérselo. Ustedes saben que los ángeles son mensajeros de Dios.
Y como este era un mensaje tan importante, Papá Dios llamó a uno de sus ángeles jefes, el Arcángel Gabriel, que fue ante el Trono de Dios.

Les cuento que Papá Dios es un Rey, nosotros somos hijos de un Rey, el Rey de los cielos y la tierra. Entonces el Angel Gabriel le dijo a Dios con una reverencia: – «Papá Dios, Tatita Dios, ilisto para servirlo!». Los ángeles son muy, muy serviciales, y cuando Papá Dios los llama, hay aleteos y aletazos porque se ponen súper emocionados. Algunos hasta hacen piruetas como si fueran tirabuzones.

Papá Dios le sonrió, corrió una nube del Cielo, y le mostró un pueblito chiquito, chiquito: Nazareth. Y en una pobre casa toda iluminada, una hermosa chica. Era María, y era tan preciosa! Gabrielito que también veía Su Corazón, pensaba que María era como la Rosa más pura que jamás haya visto. iSu Corazón era único, era todo blanco, Inmaculado!

María estaba orando y a Dios cantando. El ángel sintió una alegría infinita y unido a María se puso a cantar. Papá Dios, que también estaba re contento, abrazó a Gabrielito (lo decimos en chiquito porque en el Cielo son todos muy mimosos). Gabrielito se puso colorado, y Papá Dios le dijo el mensaje al oído.

¡El Ángel no podía creerlo, él llevaba la súper Buena Noticia! Todo apichonado estaba junto a Papá Dios cuando éste le dio un beso, y Gabriel súper contento empezó a bajar del Cielo. Estaba tan feliz que más que ángel parecía un avión, un avión que hacía acrobacias, aún cuando en aquel entonces no se habían inventado los aviones….

Y así llegó Gabriel. Se sintió un «POM!», fue un aterrizaje medio difícil, medio difícil por la velocidad con que venía. Cosas de ángeles…
María que estaba concentrada hablándole a Dios, cuando sintió el «POM», abrió sus hermosos ojos celestes y se sorprendió. Entonces Gabrielito arreglándose el vestido, habló así: – «No temas María porque has hallado Gracia a los ojos de Dios. Alégrate de ti, María, llena eres de Gracia, el Señor está contigo» y le anunció que Papá Dios la invitaba a ser Mamá de Jesús, del Salvador, de Su Hijo Dios.

Y María con inmensa alegría dijo: «¡Sí!» a Dios.
Así la Virgen aceptó aquella súper y gran invitación y se puso a cantar por el honor que Dios le dio. El Espíritu Santo descendió sobre Ella y quedó embarazada de Jesús.

Papá Dios le había preparado un papá en la tierra a Jesús para que lo cuidara y fuera el esposo de María para protegerla. Para eso había elegido a un fuerte y buen carpintero que se llamaba José. Pero esa historia la cuento otra vez.

Jesús, hermano y Dios nuestro

Las hojas del Gran Libro se están moviendo y moviendo, va soplando un Santo Viento. Y… ¿dónde nos han traído? Veo que Jesús ya ha nacido, ya no es un Niño, es un Jesús grande, grandote, todo un Hombre. Tiene una barba marrón, no muy larga. Cara de bonachón y una sonrisa. ¡Qué sonrisa! Yo diría que un poco juguetona, porque… bueno… esto es un súper secreto. Jesús fue siempre muy juguetón, un juguetón bueno.
Les cuento algo cortito. Cuando Jesús era chiquito y tenía como diez años, estaba hablando con Sus padres en la cocina. Estaba hablando de un misterio re misterioso de Dios, el misterio de la Santísima Trinidad. La Virgen María y San José lo miraban con ojos grandotes, porque el Niño Dios les explicaba con sencillez estas cosas dificilísimas del Señor. En eso pasaron por la puerta unos chicos corriendo, a Jesús le encantaba jugar carreras y era el mejor corredor. Jesusito miró, cortó la explicación y les dijo: «Papá, Mamá ¿me puedo ir a jugar?».
María y José sorprendidos sonrieron al Niño. ¡Y Jesús salió corriendo! Jesús en esta carrera estaba por ganar porque parecía una liebre cuando corría.
Sin embargo, como no quería que ningún chico se ponga triste, empezó justo al final a ir más y más despacito y cuando todos lo pasaron apresuró el tranco. Al llegar todos se abrazaron festejando y cantando como en el fútbol. ¡Vean como Jesús no quiere siempre salir primero! ¿Saben por qué? Porque aunque como Dios siempre va a hacer las cosas mejor, nos quiere ver contentos. No le gusta la competencia sino que vivamos los unos haciendo felices a los otros.
¡Así es el amor!
Bueno, volvamos a lo nuestro… Jesús está a la orilla de un lago, un celeste y manso lago, rodeado de montañas majestuosas, hay una más alta que tiene como un copete de chocolate blanco. ¡Es nieve!

El cielo está todo despejado y corre un aire fresco que parece traer cantos del otro Cielo, Jesús ya ha dejado a Mamá María en su casita de Nazareth, ya no está José.
Él está esperando en la puerta del Cielo y ha empezado a cumplir su Súper Misión, llevar a todos los hombres a la salvación. Papá Dios le había dicho que haga a todos los hombres buenos hijos, que tenía que ser su Maestro para que vuelvan al Cielo. Y como nos amaban tanto pero tanto, Él todo iba a dar hasta morir para que los hombres puedan vivir ¡Qué misión!

Allí en la orilla del lago hay unos pescadores, y entre ellos dos hermanos. Uno petisón y gordote, más viejo, que está gritando, es Pedro. Y el otro mas callado, joven y delgado, es Andrés. Jesús los mira, les regala una sonrisa que los mima. Y les dice: «Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres».

Ellos, como hipnotizados… o enamorados, dejan su trabajo y lo siguen. Así Jesús eligió a doce amigos especiales a los que llamó apóstoles, para que llevaran la Buena Noticia a otros y lo ayuden en la Súper Misión. Fueron muchas, muchísimas cosas las que Jesús nos enseñó y todo lo hacía con mucho, mucho Amor. «iQue el árbol se conoce por sus frutos!» Y las personas también, porque los que tienen un corazón bueno, dan y hacen cosas buenas.

«La casa edificada sobre roca resiste lluvias, vientos y tormentas». Las personas que no construyen sus vidas con buenos materiales, verdad, humildad, amor y fe, se destruyen junto a los pequeños problemas y se desmoronan. Pero la enseñanza más grande que dio Jesús es: «Amar a Dios con todo tu corazón y a tu prójimo como a ti mismo». Ta m b i é n nos enseñó a rezar, diciendo que la oración debe ser hecha de corazón y con humildad. Él nos dijo que perdonemos siempre, siempre, y que no juzguemos, porque solo Papá Dios conoce cada corazón. Quiere que nos miremos a nosotros mismos para ser cada vez más y más buenos.
Como Él era también Dios curó a mucha, mucha gente. Los ciegos veían, los paralíticos caminaban, los mudos hablaban, los sordos oían. Resucitó a muertos, sacó demonios, caminó sobre las aguas, calmó la tempestad y le dio de comer a una multitud… Porque Dios quiso mostrar como Él, sólo Él, con Su poder puede hacernos nuevamente felices si tenemos fe y lo seguimos.

Jesús era tan Bueno y Poderoso, hacía cosas maravillosas con amor, justicia y humildad. Ayudando y enseñando a todos: ricos y pobres, buenos y malos, y diciéndoles que siguiéndolo a Él y Su palabra volverían a la Casa que Papá Dios nos tiene preparada. ¡Que es una Gran Casa! Allí no hay más tristeza, ni miseria, ni dolor, porque todo es amor, allí cada uno tiene una habitación donde Papá Dios nos prepara la gran fiesta. Todo esto que era maravilloso, hizo que mucha gente de mal corazón le tuviera envidia. ¿iQuién es este!?, decían. Le ponían trampas para que hiciera cosas malas, pero Jesús veía sus corazones y les contestaba con verdad y justicia. Él sólo hacía el bien. Fue entonces que se pusieron de acuerdo para matarlo.

Jesús se aproxima a la Cruz

Miremos al Gran Libro, miremos a la Palabra de Dios y veamos entonces qué más pasó. ¿Qué cosa nos quiere mostrar Dios? Vamos a hacer silencio, a cerrar los ojitos mientras escuchamos en nuestro corazón lo que nos cuenta el Señor. Y vemos a Jesús andando por un camino largo. Calza sandalias y un vestido largo de color azul con un cinturón. Se lo ve más delgado, cansado, y Sus ojos están tristes.., va con sus apóstoles camino a Jerusalén. El camino es de polvo marrón claro y todos van charlando, menos Jesús, que callado con grandes pasos avanza por aquel sendero, que por ser montañoso sube y baja. Van a festejar la fiesta de la Pascua Judía.
Jesús era Judío, y en esa fecha se recordaba cuando Dios con todo Su Amor permitió que Moisés, que era un gran profeta, guiara al pueblo judío que estaba cautivo en Egipto hacia la libertad, lA la Tierra Prometida, Palestina!
Moisés había conseguido que el faraón les permitiera salir de la tierra de Egipto. Pero cuando Moisés salía con su pueblo el faraón se arrepintió y mandó perseguirlo. Al llegar al Mar Rojo, Dios le dijo a Moisés que levantara su bastón. Éste lo hizo y el mar se abrió en dos, pasando todo el pueblo con Moisés a través de él. Pero cuando quiso pasar el faraón con su ejército, el mar cayó sobre ellos ahogándolos. Este hecho tan fabuloso es el que festejan los judíos en su pascua. Pascua quiere decir por eso «paso», paso de la muerte a la vida.
Pero veamos ahora qué hace Jesús. De repente Jesús se paró, los miró y les dijo: «Vamos a Jerusalén donde me condenarán a muerte, pero al tercer día resucitaré». Todos se quedaron pensativos y callados. Cuando llegaron cerca del Monte de los Olivos, en las afueras de Jerusalén, mandó a algunos de sus discípulos que buscaran un burrito y se lo trajeran. Al llegar a Bethfagué, que es un pueblito chiquitito, Jesús se subió al burrito que lo miraba contento y comenzó a andar (Ustedes saben que los animalitos lo conocen muy bien a Jesús porque Él es Dios).

Como todos hablaban de Él salió mucha gente a recibirlo y cubrían el camino con ramas de palmera, olivo y mantos, saludándolo como a un verdadero Rey. La gente gritaba y cantaba: «Bendito el Enviado de Dios, Él es nuestro Salvador». Esto enojó más a todos los que no lo querían, y miren lo que pasó…

Jesús deseaba compartir la cena pascual con Sus apóstoles, ellos eran Sus amigos, Él sabía que sería Su Última Cena. Mandó a Pedro y a Juan, que prepararan todo en Jerusalén para que pudieran celebrar la comida de Pascua. Éste era un triste, triste día, pero muy, muy importante. Jesús nos iba a dar el más precioso regalo, para que tengamos vida eterna, para que viviéramos para siempre. ¿Saben cómo puede ser esto? Les cuento.

Ya caía la tarde, el sol parecía que ya no sonreía, sino que con tristeza se escondía. Y sopla una brisa, una brisa fría como de muerte. Jesús ya está en Jerusalén, se lo ve serio. Sube una escalera, se abre una puerta y hay una sala grande, grande, bien arreglada con una mesa con trece lugares.
Candelabros con velas que titilan, parecen que no quieren estar encendidas, sólo lo hacen para saludar a Jesús que es la Verdadera Luz. Todo llama al silencio, un triste silencio. Jesús y Sus amigos están reunidos. Entonces Jesús pide una palangana, se arrodilla, coloca una toalla en Su cintura y lava los pies de Sus discípulos uno a uno. Luego les dice: «… Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón porque Lo Soy. Si Yo, que Soy el Señor y Maestro, les he lavado los pies, ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo para que hagan lo mismo que Yo hice por ustedes».
Luego, mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a Sus discípulos diciendo: «Tomen y coman, esto es Mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó diciendo: «Beban todos de ella, porque esta es Mi Sangre, la Sangre de la Nueva Alianza, que se derramará por ustedes para el perdón de los pecados!’

Y desde ese momento Jesús se queda escondido en cada Eucaristía, en cada Hostia Santa se hace chiquito para entrar a nuestro corazón y hablarnos desde allí, y así obedeciendo a Su Voz llegaremos nuevamente a la Casa de Papá Dios. Este es el más precioso regalo que nos dejó Jesús. Por eso vemos que en cada Misa, donde se repite lo que Jesús hizo, Él nace, muere y resucita por cada uno de nosotros.
Finalmente, esa noche luego de cantar los Salmos salieron hacia el Monte de los Olivos. Jesús sabía que pronto uno de sus amigos, Judas, lo traicionaría y lo entregaría para morir. Ya había caído la noche, Jesús llega a un lugar llamado Getsemani. Les dijo a sus discípulos: «Quédense aquí mientras Yo voy más allá a orar». Y llevando consigo a Pedro, Santiago y Juan, les dijo: «Mi alma siente una tristeza de muerte, quédense aquí orando conmigo». Y adelantándose un poco, cayó con el Rostro en tierra orando así: «Padre mío, si es posible que pase de mí este cáliz, pero que no se haga Mi voluntad, sino la Tuya». Entonces se le apareció un ángel del Cielo para consolarlo. En medio de la angustia, Él oraba más intensamente y Su Sudor se transformó en gotas de sangre que corrían hasta el suelo.

Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban los discípulos y los encontró dormidos. Jesús les dijo: «¿Porqué están durmiendo? Levántense y oren para no caer en la tentación.» y así por tres veces. Todavía Jesús estaba hablando cuando llegó una multitud encabezada por Judas, uno de sus discípulos. Este se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso me entregas?».

Los soldados le pusieron entonces las manos encima y lo tomaron preso. Pedro sacó una espada y le cortó la oreja a Malco, un empleado del sumo sacerdote. Jesús le dijo firmemente: «Guarda tu espada, ¿O piensas que no puedo pedir a mi Padre que me ayude?» Jesús tocó entonces la oreja de Malco y la curó de inmediato.

Jesús sabía que todo esto tenía que cumplirse para dar Su Vida por nosotros, para demostrar que por vos y por mí, Él siendo Dios, bajó del Cielo y se hizo hombre para que muriendo nos regale a cambio la vida para siempre, siempre en el Cielo.

Después preguntó a los que lo arrestaban: «¿Soy acaso un ladrón para que vengan a arrestarme con espadas y palos?». Empujando y golpeando a Jesús lo llevaron ante el sumo sacerdote y los principales del pueblo. Trajeron testigos falsos, que se contradecían entre ellos. Como no encontraban pruebas para condenarlo, el sumo sacerdote preguntó a Jesús: «¿Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios?» y Jesús dijo: «Lo Soy».

Entonces el Sumo sacerdote se rompió las vestiduras y dijo: «Blasfemia, ¿qué opinan ustedes?» (que es como decir que miente contra Dios) y los otros gritaban: «Merece la muerte». Mientras tanto Judas, lleno de temor por las represalias y lo que le pudiera pasar, tiró las treinta monedas de plata que pagaron por entregar al Hijo de Dios y se ahorcó.
Todos los discípulos habían huido dejando solo a Jesús. Pedro lo seguía desde lejos y había entrado en el patio del tribunal para ver que pasaba. Una sirvienta lo vio junto el fuego y dijo: «Éste estaba con Jesús». Pedro dijo: «Mujer, yo no lo conozco». Al poco tiempo otro lo vio y dijo: «Tú también eres uno de ellos», Pedro respondió: «No hombre, no lo soy».

Más tarde otro insistió: «Seguramente éste estaba con Él», Pedro enojado dijo: «Hombre, no sé que dices». En ese mismo momento cantó el gallo_ Jesús todo golpeado y lastimado se dio vuelta y miró a Pedro, éste recordó que Jesús le había dicho: «Hoy antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces», Pedro salió avergonzado y lloró amargamente. Entonces los judíos entregaron a Jesús a los soldados romanos, para que se encarguen de matarlo.

Los hombres que custodiaban a Jesús lo maltrataban y le escupían la cara, le tapaban los ojos y burlándose le decían: «Si eres profeta, adivina quién te pegó». Jesús callaba, no contestaba. Así pasó la noche el pobre Jesús, golpeado y lastimado por los romanos en un calabozo. A la mañana siguiente llevaron a Jesús ante Pilato que era el gobernador romano. Él le preguntó: «¿Tú eres el rey de los judíos?» Jesús contestó: «Tú lo has dicho, pero mi Reino no es de este mundo». Entonces Pilato dijo: «Yo no encuentro culpa en este hombre». Era costumbre que para la fiesta de la Pascua, el gobernador dejara libre a algún preso. Queriendo dejar libre a Jesús, Pilato preguntó a la gente: «¿Quieren que les ponga en libertad al Rey de los judíos?». Porque sabía que lo habían acusado por envidia. Había otro preso que se llamaba Barrabás, que era un criminal. Entonces la gente gritó: «Deja libre a Barrabás». Pilato les dijo: «¿Qué debo hacer con el que ustedes llaman el Rey de los judíos?». Ellos gritaban: «iCrucificalo! iCrucifícalo!». Pilato les dijo: «¿.Qué mal les ha hecho?» pero ellos gritaban alzando los puños: «iCrucifícalo! iCrucifícalo!». Como le dio miedo la gente y que pudieran hablar mal de él a su jefe, dejó libre a Barrabás y mandó a azotar a Jesús.

Los soldados romanos hicieron una corona de espinas y se la pusieron a Jesús en la cabeza, mientras se burlaban de Él, y le daban bofetadas. Después Pilato mostró a Jesús al pueblo y dijo: «Aquí tienen al hombre». Pero los jefes de la sinagoga gritaban: «iCrucificalo! iCrucifícalo!». Pilato les dijo: «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo, yo no encuentro ninguna culpa en este hombre». Los judíos le dijeron: «Según nuestra ley debe morir, porque Él dice que es el Hijo de Dios». Pilato preguntó a Jesús: «¿De dónde eres?» Jesús todo ensangrentado ya no le contestaba. Pilato le dijo: «¿No quieres hablarme? ¿No sabes que yo tengo poder para soltarte y para crucificarte?» Jesús le contestó: «Tú no tendrías ningún poder si no lo hubieras recibido de mi Padre del Cielo».

Desde ese momento Pilato quería liberar a Jesús. Pero los judíos gritaban: «Si lo sueltas no eres amigo del César (que era su jefe)». Cerca del mediodía Pilato sacó afuera a Jesús. Los judíos gritaban: «lQue muera! iQue muera!».

Viendo que gritaban más, hizo traer agua y se lavó las manos delante de todos, diciendo:
«Yo no me hago responsable de la muerte de este justo». Todo el pueblo gritó:
«Que Su Sangre caiga sobre nosotros y nuestros hijos».
Y Pilato entregó a Jesús para que fuera crucificado.

Jesús en la Cruz por amor a nosotros

Le cargaron a Jesús con un palo de la cruz muy, muy pesado, para que suba el Monte Calvario, donde sería crucificado. Jesús se iba desangrando y se caía bajo el peso de la Cruz. Había gente del pueblo que lo seguía y muchas mujeres que lloraban, entre ellas estaba Su Mamá María, y Juan. Los otros apóstoles se habían escondido.

Cuando llegaron a la cima del Gólgota, que era un pequeño monte, crucificaron a Jesús junto a dos criminales. Jesús fue colgado de la Cruz con gruesos clavos, y con gran dolor rezaba al Padre, diciendo: «iPadre, perdónalos porque no saben lo que hacen!».

Junto a la Cruz estaba Su Mamá. Jesús la miraba y miraba a Juan que la abraza. Ella lloraba fuertemente viendo a Su Jesús todo lastimado. Jesús le dice entonces: «Mujer aquí tienes a tu hijo». Y mirando a Juan: «Aquí tienes a tu madre». Los jefes del pueblo y los que allí estaban le decían burlándose:
«Si eres el Rey de los Judíos; sálvate a ti mismo».

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba y decía: «¿No eres Tú el Mesías? Sálvate a Ti mismo y a nosotros». Pero el otro le decía: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él?» Nosotros la sufrimos justamente porque fuimos malos, pero aik Él no ha hecho nada malo».

Y mirando a Jesús le dijo:
«Acuérdate de mi cuando estés en Tu Reino».

Jesús le contestó:
«Hoy mismo estarás conmigo en el Cielo».

Entre las doce del mediodía y las tres de la tarde el sol se oscureció y la tierra quedó a oscuras. Jesús ya sin fuerzas, con un grito mirando el cielo, dijo: «iPadre! En Tus Manos entrego Mi Espíritu» y agregó «Todo se ha cumplido». Inclinó la Cabeza y murió.

En ese instante se sintió un terrible ruido y la tierra quedó toda a oscuras… empezando a temblar. La gente corría llena de miedo, sólo quedaron al pie de la Cruz la Virgen, algunas mujeres, Juan y unos pocos soldados. El jefe de los soldados romanos y los hombres que lo custodiaban muertos de miedo dijeron: «iVerdaderamente Éste era el Hijo de Dios!» Uno de los soldados clavó una lanza en el pecho de Jesús y brotó sangre y agua.

Al atardecer vino un hombre rico, amigo de Jesús, José de Arimatea, que pidió permiso a Pilato para bajarlo de la Cruz y ponerlo en un sepulcro. Pilato le dio permiso y bajando a Jesús de la Cruz lo pusieron en los brazos de María, que llorando lo abrazaba y besaba. Luego lo enterraron en una tumba que era de José.

Los jefes del pueblo dijeron a Pilato: «Nosotros nos acordamos que este mentiroso dijo que al tercer día iba a resucitar. Pongan guardias delante de la tumba para que no vengan sus discípulos y roben el cuerpo y luego digan ‘ha resucitado’. Y Pilato puso los guardias.

Primera imagen Segunda imagen

¡Jesús Resucitado!

Sepulcro vacío

El domingo muy tempranito María Magdalena y la otra María, amigas de Jesús y que lo querían mucho, mucho, fueron a visitar la tumba. Cuando estaban allí, la tierra empezó a temblar y temblar, y una gran luz inundó todo el lugar. En ese preciso momento apareció un hermoso ángel bajado del Cielo, que hizo rodar la piedra que cubría la entrada de la tumba de Jesús. Se sentó encima… y re contento, cruzándose de brazos miró a su alrededor. Los guardias que estaban custodiando la tumba, se pegaron un susto bárbaro y quedaron duros como muertos.

El ángel feliz resplandecía y sus vestiduras blancas volaban y volaban… Miró a las mujeres con una gran sonrisa y les dijo: «No tengan miedo, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado.
No está aquí porque ha resucitado como lo había dicho, vayan a decirlo enseguida a Sus discípulos! «. Pero Magdalena, estaba tan emocionada, que no comprendía qué pasaba, en eso vio a un Hombre que parecía vestido de sol, y le preguntó quién se ha llevado a Jesús, y éste le preguntó «¿Acaso no me reconoces, Magdalena». iEra Jesús! Había resucitado.

Sepulcro vacío

¡Jesús estaba allí! Había vencido al mal y a la muerte por amor a nosotros, sufriendo un montón para demostrarnos que siendo Dios daba todo Su dolor y hasta Su última gota de Sangre para salvarnos. Pero como Él es Dios, ¡después de morir, resucitó! Y así, si somos buenos nos va a llevar a Su Casa del Cielo y aunque hallamos muerto algún día también nos va a resucitar. Bueno, veamos que pasó con María Magdalena y la otra María. Jesús les Sonrió llenándolas de felicidad y las saludó diciendo: «iAlégrense!». Ellas se acercaron, llorando de alegría. Se arrodillaron delante de Él, poniéndose a Sus Pies. Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis discípulos que vayan a Galilea, y allí me verán». Y corriendo salieron a avisar a los discípulos.

Les cuento un secreto: muchos, muchos años después, alrededor del año 1940, Jesús se le aparece a una señora re buena, María Va l t o r t a , y le cuenta cosas de su vida. Le contó que cuando resucito, a la primera que se le apareció fue a Su Mamá, la Virgen María, pero le dijo que no lo dijera.

Sepulcro vacío

¡No se imaginan la alegría de la pobre Virgen al verlo!
iCon todo lo que había llorado!
Y fue por eso que María mandó a las otras mujeres a visitar la tumba de Jesús. ¡Para que lo sepan todos!

Desde aquel momento se le apareció muchas veces a Sus discípulos, para darles fuerzas y que contaran a todos los hombres cuánto Dios los amaba hasta que subió al Cielo, porque tenía que volver junto a Su Papá para enviarnos al Espíritu Santo.

Pero… de vez en cuando Jesús, al igual que Su Mamá, bajan a visitar a algunos hombres para que no nos olvidemos de cumplir con todo lo que Él nos enseñó. Pero esas son otras historias de la maravillosa Aventura que hace Dios para ayudarnos y salvarnos…

Y entonces… ¡Felices Pascuas!

Porque Jesús venció a la muerte, Jesús resucitó, ¡Jesús vive!