Santa Teresa de Jesús

Carmelita Descalza
Virgen y Doctora de la Iglesia
Fundadora de la Orden del Carmelo Descalzo

Fiesta: 15 de octubre

¿Quién fue Santa Teresa de Jesús?

Teresa de Ahumada nació en Ávila, España, el 28 de marzo de 1515. Su padre, Alonso de Cepeda, tras quedar viudo y con dos hijos, contrajo matrimonio con Beatriz de Ahumada. Teresa fue la tercera de los diez hijos que tuvo la pareja. Creció en un ambiente muy religioso, en el que fue instruida en la fe católica desde muy chica. En una sociedad analfabeta, sus padres le inculcaron desde niña la lectura.

Su infancia

Cuenta en su autobiografía que escribió por mandato y obediencia a su padre espiritual:

“Mi padre era aficionado a leer buenos libros y los tenía también en castellano para que sus hijos los lean.Con los cuidados que mi madre tenía de hacernos rezar y disponernos a ser devotos de nuestra Señora y de algunos santos, comenzó El Señor a despertarme a la edad de 6 o 7 años. Me ayudaba ver en mis padres tantas virtudes: mi padre era hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos y los criados, tanta que jamás los tuvo como esclavos. Era un hombre de gran verdad; jamás nadie lo escuchó jurar ni murmurar. Era muy honesto. Mi madre también tenía muchas virtudes y pasó su vida con grandes enfermedades. También era de gran honestidad, siendo de mucha hermosura jamás hizo caso de eso cayendo en la vanidad, muriendo a sus 33 años era una señora modesta. Era muy agradable y de gran entendimiento. Fueron grandes las batallas que juntos atravesaron. Murió muy cristianamente.

Éramos 3 hermanas y 9 hermanos. Tenía uno casi de mi edad, Rodrigo, que era al que yo más quería, aunque todos nos teníamos un gran amor. Nos juntábamos los dos a leer vidas de santos. Como veía los martirios que por Dios las santas pasaban, me parecía que compraban barato el ir a gozar de Dios y deseaba mucho morir así, no por entender lo que significaba dar la vida por amor a Dios, sino por ir más prontamente a gozar del Cielo, ya que leía los grandes bienes que había allí. Fue entonces que arreglamos con mi hermano irnos a tierra de los moros pidiendo en el camino por amor de Dios que allá nos decapitaran. Pero veíamos muy difícil escaparnos de nuestros padres. Pensamos decidirnos a ser ermitaños, y en la huerta que teníamos en casa nos hacíamos ermitas, poniendo piedras que luego se nos caían, y así no podíamos ver cumplidos ninguno de nuestros deseos. Buscaba soledad para rezar devociones, que eran muchas, pero especialmente el Santo Rosario que mi mamá nos había enseñado con mucho amor. Cuando jugaba con otras niñas me gustaba hacer monasterios y cómo que éramos monjas; y me parece que ya empezaba a desear serlo”.

A sus 14 años falleció su mamá. Fue un duro golpe que la hizo atravesar una fuerte crisis emocional más la propia adolescencia. Muy afligida por la pérdida decidió correr a los pies de la Madre Celestial para elevar una súplica:

“Cuando comencé a entender lo que había perdido fui corriendo a los pies de la imagen de nuestra Señora y le supliqué fuese mi madre, con muchas lágrimas. Me parece que aunque fue con mucha simpleza de niña la Virgen lo ha recibido y cumplido; porque conocidamente he encontrado en Ella mi soberana y madre en todo cuanto me he encomendado, siempre me ha tenido junto a Ella”.

Pasada esta edad comenzó a advertir las gracias de naturaleza que El Señor le había dado, y dice: “Cuando por ellas tenía que darle gracias, de todas comencé a hacer uso para ofenderle”.

Aconseja Teresa cuánto importa comenzar a trabajar las virtudes en la niñez y que es un trabajo indispensable para los padres. Nos relata cómo a pesar de lo virtuosa que era su mamá no tomó tanto los buenos hábitos de ella sino los malos, que mucho la dañó.

“Mi madre era aficionada a leer libros de caballerías (novelas), lo tomaba como pasatiempo pero no aferrándose a eso, cómo lo hice yo. Ella nos hacía leerle mientras estaba con los trabajos de la casa, para ocupar a sus hijos y que no anden perdidos en otras cosas. Yo comencé con la costumbre de leer esos libros y aquella falta comenzó a enfriarme los buenos deseos, y comencé a faltar en lo demás; me parecía que no era algo malo y gastaba muchas horas del día y la noche en ese vano ejercicio, también a escondidas de mi padre que estaba muy en desacuerdo con esas lecturas.

Comencé a preocuparme por mi apariencia, a desear querer ser vista y agradar a todos, poniendo mucho cuidado en mis manos y cabellos, perfume, vestido y todas las vanidades que podía tener, que eran muchas por ser presumida. No tenía mala intención pero pase así mucho tiempo, después de muchos años pude ver que malo era todo aquello y cuanto mal me hacía.

Tenía algunos primos hermanos que eran casi de mi edad, y andábamos siempre juntos. Pero estaban ellos muy metidos en los asuntos del mundo, y como me tenían mucho amor yo les seguía todas las conversaciones malas para contentarlos, esto causó gran mal a mi alma. Si tuviera que aconsejar, diría a los padres que a esa edad deben tener gran cuidado de las personas que tratan con sus hijos, ya que nuestra naturaleza se inclina más a lo malo que a lo bueno. Así me había apegado a las malas compañías y malos hábitos, y de esta situación El Señor me libró cuando mi padre me llevó a un monasterio que había en Ávila (un internado) donde educaban bien y sacaban de estas situaciones a las personas semejantes a mí, que en tan ruin vida había caído”.

Fue estando en este internado de “Santa María Gracia” donde al comenzar una nueva conducta de vida y al tener buenas compañías surgieron en ella los deseos de ser religiosa porque pensaba que era un buen camino de salvación. Lo hacía más por temor que por amor. Tenía una compañera monja que le hablaba mucho de Dios y le contaba su testimonio de cómo había llegado a ser religiosa, y así a Teresa le gustaba mucho escucharla y mantenía largas conversaciones con ella. Le narraba cómo se decidió a serlo con sólo leer en el Evangelio la frase “Muchos son los llamados y pocos los escogidos” (Mt 20, 16).

Así se inició en ella el deseo de ser monja, porque también veía y no le gustaba nada la vida de las mujeres casadas de su entorno. 

Comenzó a poner sus pensamientos en este deseo de las cosas celestiales y eternas, y entonces fue sacando todo lo malo que había adquirido anteriormente. Así estuvo un año y medio en este internado que era de monjas Agustinas (la orden de San Agustín de Hipona), pero no quería ingresar a ese monasterio porque le parecía que llevaban una vida muy exigente que sería demasiado para ella.

Teresa tenía una gran amiga, Juana Juárez, que estaba en otro monasterio de la Encarnación (eran Carmelitas) y pensaba que si se hacía monja tenía que ingresar donde ella estaba. En esos tiempos miraba más sus sentimientos y gustos que el bien que convenía a su alma. Entonces dispuso El Señor que cayera en una gran enfermedad y tuvo que volver a casa de su padre. Cuando mejoró fue a casa de su hermana doña María, en la aldea de Castellanos, que junto con su esposo la amaban mucho y esperaban verla y recibirla.

De camino a la aldea pasó por la casa de su tío don Pedro, hermano de su papá, que se había hecho fraile. Le gustaba mucho leer y hablaba todo el tiempo cosas de Dios y le fue de mucho bien estar unos días con él. Le dió para leer varios libros que llenaron de fuerzas su corazón con las cosas celestiales y le hicieron comprender lo que de niña ya había entendido: que todo es nada y la vanidad del mundo acaba en breve, y así comenzó a temer que si hubiese muerto en el estado en que estaba se iría al infierno.

Aunque todavía no estaba convencida de ser monja, se dió cuenta que era el mejor y más seguro estado que podía elegir para salvarse. Así fue como obtuvo la fortaleza y definición para tomar la decisión. Pasó tres meses pensando en todo esto y sufrió muchas tentaciones del demonio que le hacía pensar que no iba a tolerar la vida religiosa, pero ella se defendía diciendo que era mejor sufrir esos trabajos por Cristo. Comenzó a tener fiebre muy alta y desmayos que le hacían tener poca salud. Leyó unas cartas de San Jerónimo que la animaron mucho y se decidió a decírselo a su padre, lo que para ella hacer era como ya algo definitivo porque no se retractaba de las cosas que decía. Era tanto lo que él la quería que no permitió de ninguna manera que se vaya de la casa, por más que personas allegadas también se lo dijeron, y lo más que pudo lograr sacar de él fue que diga que después de sus días en esta vida haga lo que ella quisiese.

Pero ella no se iba a volver atrás porque estaba decidida y se fugó de su casa para entrar en el Carmelo de La Encarnación. Tenía entonces veinte años.

En La Encarnación vivió 27 años. En 1537 profesó sus votos de religiosa carmelita y, transcurrido apenas un año, le apareció una extraña enfermedad. La gravedad de la misma alarma y preocupa a la familia, que la pone en manos de una famosa curandera. El tratamiento empeoró su estado hasta llegar a darla por muerta. Cuenta ella que se curó gracias a la intercesión de San José, ya que le habían rezado y ofrecido Misas por su sanación y así la salud le fue concedida, aunque con secuelas que padecería toda su vida. Tenía 27 años y, en adelante, la enfermedad se convirtió en su compañera de camino.

Durante el período de su enfermedad tomó contacto con el misticismo franciscano a través de la lectura del Tercer Abecedario de Osuna, muy importante en su crecimiento espiritual ya que le enseñó la oración de recogimiento. Cuando mejoró y la consideraron curada volvió al monasterio, pero el reclamo interior a la soledad y la oración se vio obstaculizado durante años. Por una parte, el ambiente no era propicio. Eran 180 monjas que convivían dentro del monasterio, en el que destacaba la extraordinaria personalidad de Teresa. Su constante presencia en el locutorio, una pequeña sala donde recibían a las visitas, era obligatoria, pues atraía mucho a quienes dejaban buenas limosnas. Pero, además, esta intensa vida social la apartaba de la oración y no le disgustaba.

Igualmente, cada vez se sentía más insatisfecha ya que surgían en su interior las urgentes llamadas del Amigo Jesús que la reclamaba toda para Sí. Entonces empezó a confrontar sus experiencias interiores en busca de luz. Muchos fueron los confesores estudiosos (a quienes llamaba letrados) a los que confió su alma a lo largo de su vida -peregrina siempre de la verdad- buscando en ellos santos consejos y guía. Comenzó a experimentar oraciones y situaciones místicas de grados de oración muy elevados, como levitaciones, visiones y locuciones internas en el momento de recibir la Sagrada Eucaristía. Pero muchos no le creían y se generaron murmuraciones en su contra estando su nombre en boca de todos. Ella luego diría que El Señor la mandaba a aborrecer su nombre para ejercitarla en humildad.

En 1554, ante una imagen de Cristo “muy enllagado” llamado Cristo de la Paciencia, comienza en ella una profunda transformación. En adelante, ya no será el temor lo que la mueva, sino un profundo amor a Quien la ha amado primero.

Dos años más tarde se produce la conversión definitiva. El Espíritu Santo irrumpe en su alma y la sana, quedando libre de muchas dolencias afectivas. Así se decide a realizar un cambio en su vida de religiosa, retomando como base y principio la regla primitiva del Carmelo fundado por los primeros religiosos de la orden. Ellos habían sido ermitaños y tenían una espiritualidad de intensa oración de silencio y soledad, lo que hoy conocemos en la iglesia como contemplativa.

Fue así cómo se decidió a tomar un nuevo camino que terminó por impulsar una reforma en la orden del Carmelo para introducir este modo de vida que era más perfecto. Hablando con el Padre Principal de la orden logró obtener su permiso para fundar una nueva comunidad de monjas en el Carmelo retomando estas reglas primitivas de la orden. El fruto de toda esta conversión fue una fecunda actividad como fundadora y escritora que se prolongó hasta su muerte.

Teresa soñaba con una pequeña comunidad -de no más de trece hermanas- que viviera con autenticidad el Evangelio y que fuera un signo en medio de una sociedad de valores desordenados y una Iglesia en crisis. Un lugar de oración y trabajo, silencio y fraternidad, donde «hacer eso poquito que era en mí» para mejorar la realidad.

En 1562, entre numerosas dificultades, este sueño se hizo realidad con la primera fundación de carmelitas descalzas: el convento de San José en Ávila. El mismo Jesús la mandó a ponerle el nombre de su santo padre terrenal quien las custodiará. En adelante lo tomará como Patrono y contará cuántas gracias ha de recibir a través de su intercesión y cuidados. En principio se fundó con cuatro novicias, luego se mudaron ella con otras monjas que la siguieron del Carmelo de La Encarnación y con otras mujeres del pueblo que quisieron ingresar sumaron trece. A partir de ese momento tomó su nombre de religiosa: Teresa de Jesús.

Respecto a su rol como escritora, si bien ella no quería escribir sobre sí misma, lo hizo por obediencia a su padre espiritual que la mandó primero a escribir el libro de su vida. Luego a lo largo de su camino fue escribiendo varios libros para ayuda de la orden y la vida de las monjas, sobre todo instrucciones y consejos para la oración y la vida comunitaria en la orden. Sin darse cuenta que eran libros vivos inspirados por el Espíritu Santo que guiaba su pluma, serían luego de gran ayuda, luz y guía para infinidad de almas y también suscitarían santas vocaciones hasta el final de los tiempos.

Sus obras son: Libro de la Vida; Camino de Perfección; Las Fundaciones; Las Moradas; Cuentas de conciencia; Meditaciones sobre los cantares; Cartas; Exclamaciones; Constituciones; Visita de descalzas; Desafío espiritual; Vejamen; Poesías; Escritos sueltos y memoriales.

Fue fundadora de monjas, y también de frailes. En la rama de hombres tomó como compañero fundador a Fray Juan de la Cruz (hoy San Juan de la Cruz, santo padre de los carmelitas) que tenía el mismo anhelo de vida orante como el de ella y se quería ir a la orden de los Cartujos, pero Teresa lo convenció para que sea el fundador de la rama masculina. Así se convirtió en su compañero de camino.

Recorrió más de seis mil kilómetros por aquellos viejos caminos españoles del siglo XVI. Luego de la primer fundación sus conventos fueron levantándose a un ritmo prodigioso: Medina del Campo (1567), Duruelo (1568), Malagón (1568), Valladolid (1568), Toledo (1569), Pastrana (1569), Salamanca (1570), Alba de Tormes (1571), Segovia (1574), Beas de Segura (1575), Sevilla (1575), Caravaca (1576), Villanueva de la Jara (1580), Soria (1581), Palencia (1581) y Burgos (1582).

Teresa desplegó sus extraordinarias cualidades personales para sobrepasar obstáculos de toda clase, pero ella no se rendía y proclamaba con profunda convicción: “Todo lo puede Quien me manda”. A los insuficientes recursos económicos se le unían los problemas para conseguir las licencias eclesiásticas, la dureza de los viajes, la búsqueda y acondicionamiento de las casas para los conventos, su mala salud.

Fue denunciada en varias ocasiones a la Inquisición que, en 1575, abrió un proceso contra ella y sus monjas en Sevilla, del que salieron absueltas. Encontró acusadores y oponentes en la nobleza y la burguesía, también en la Iglesia. Incluso en su propia orden la situación se hizo insostenible, porque a los carmelitas calzados los perseguían hasta el punto de secuestrar y encerrar a frailes y monjas, entre ellos San Juan de la Cruz que estuvo preso encarcelado por nueve meses hasta que pudo fugarse. Tras un doloroso proceso, las fundaciones teresianas con el aval de Roma y del rey de España se pudieron separar de los calzados en 1580, naciendo así el Carmelo Descalzo.

Teresa continuó creciendo en su espiritualidad, que principalmente era la oración de silencio y recogimiento que invita a una intimidad y amistad especial con El Amado Jesús, a contemplarlo en su humanidad para conocerlo en profundidad.

El libro “Las Moradas” -uno de los más importantes de la espiritualidad teresiana- describe al alma humana como un castillo de cristal con muchas habitaciones y moradas, siete en total. Va contando allí Teresa cómo ir ingresando en cada una de esas habitaciones hasta llegar al centro del castillo, donde se encuentra El Rey. También escribe en el libro de su vida las innumerables visiones y experiencias místicas, entre las cuales se destaca una de las más importantes: La experiencia mística que vivió en 1562, en la que veía un ángel atravesar su corazón con un dardo de oro encendido. La Transverberación es una experiencia mística en la que una persona logra una íntima unión con Dios, y esto es tan fuerte que se siente traspasado el corazón por un fuego sobrenatural, dejando en él marcada una llaga de amor como la del Divino Costado del Señor en la Cruz. Así lo narra la santa:

“Vi a un ángel junto a mí hacia el lado izquierdo en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla. No era grande, sino pequeño, muy hermoso, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parecen todos se abrasan en amor de Dios. Deben ser los que llaman Querubines. Le vi en las manos un dardo de oro largo, y en la punta del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas. Al sacarlo, me parecía sentir que las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios”.

En referencia a este hecho magnífico también escribió en una poesía:

«Hierome con una flecha
enherbolada de amor,
y mi alma quedó hecha
una con su criador.

Yo ya no quiero otro amor;
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado es para mí,
y yo soy para mi Amado».

Hoy en día la Familia del Carmelo Descalzo celebra cada 26 de agosto en su liturgia esta fiesta cómo “La Transverberación de Santa Teresa de Jesús”.

A Teresa se le acabó la salud y la vida en el servicio de Dios y de la Iglesia. Estaba convencida de la importante misión eclesial que se llevaba a cabo en sus casas de oración. Entendía que la oración, desde la transformación de la propia persona, sería expansiva alcanzando a todos los rincones de la tierra.

Murió en santidad el 4 de octubre de 1582 a los 67 años, en Alba de Tormes. Rodeada por las monjas carmelitas de aquella comunidad y en brazos de su enfermera carmelita, hoy Beata Ana de San Bartolomé. Sus últimas palabras fueron: “Muero hija de la Iglesia”.

Muchos testigos, entre los cuales estaban las monjas y sacerdotes que la acompañaban, cuentan que su cuerpo fallecido desprendía perfume a flores, siendo este el primer signo sobrenatural de su glorificación y santidad luego de su muerte.

Fue beatificada por Paulo V en 1614, canonizada por Gregorio XV en 1622 y proclamada Doctora de la Iglesia por San Pablo VI en 1970, la primera mujer a la que se le concedió este título.

Su fiesta litúrgica en la Iglesia se celebra el 15 de octubre.

Santa Madre de los Carmelitas, ruega por nosotros.